4/11/2008

Chinos de segunda

Si usted es chino y anda luchando por la libertad de opinión, prensa y pensamiento, la democracia, el derecho a un juicio justo y todas esas cosas que movieron a los enciclopedistas e inauguraron la ilustración que hoy la ultraderecha pretende cancelar, usted está, en resumidas cuentas, jodido. No sólo porque probablemente no tiene trabajo, probablemente está en la cárcel y probablemente es objeto de torturas y maltratos continuados... sino porque al occidente de las hipocresías usted le tiene sin cuidado.

Ahora, que si usted es tibetano o al menos practicante de una religión rara como la Falun Gong, entonces sí que tendrá el apoyo de llorosas señoras que piden "Libertad para el Tibet" en marchas de todo el mundo, de valerosos tipos de dos metros y 120 kilos de peso que heroicamente le tratan de arrancar la antorcha olímpica a una niña preadolescente aterrorizada, de actores de Hollywood a los que el Dalai Lama ha declarado "reencarnación" de uno u otro santón budista y demás fauna de tierno corazón.

El Dalai Lama ha puesto en acción sus fuerzas, y ello era de esperarse, en vísperas de los Juegos Olímpicos. Hábil político, el actual Dalai Lama igual apoyó el tratado de integración de Tibet con China de 1951 que a las guerrillas budistas (paradójico sin duda) tibetanas financiadas por la CIA de 1956 a 1959, cuando su fin llevó al exilio del líder político y religioso, o finge apego a la democracia mientras llena el "congreso" tibetano en el exilio de la India de parientes suyos, cada uno con su respectivo sueldo pagado por la solicaridad con el Tibet. No se podía esperar menos de él, pues aspira a volver al palacio de Potala, aunque quizá ya no como el soberano absoluto dueño de vidas y haciendas que fue durante su adolescencia, y los juegos olímpicos de China son una gran oportunidad para publicitar su causa lanzando a los pacíficos monjes budistas a las calles.

Nadie, empero, pensó en Tibet (ni en los chinos oprimidos) cuando hace 12 largos años se le concedió a Beijing la sede de los Juegos Olímpicos con el aplauso de sus estrechos aliados y "socios más favorecidos" de Washington, acompañado en el sentimiento por la Europa muda toda.

El apoyo decidido de los Estados Unidos al Dalai Lama sirve así para silenciar la tragedia de millones y millones de chinos que han sido peones del poder desde siempre, y todavía, en especial los libertarios chinos, que sin publicista acaudalado en el extranjero, languidecen en las cárceles del Gran Socio Comercial de Nixon, la China a la que se le perdona su supuesto comunismo y a cuyos adversarios occidente apenas prestó algo de atención cuando los acontecimientos de la Plaza de Tiananmen, ya condenados a ser pasado aunque sus protagonistas sigan en manos del poder.

Al final, si el autoritarismo es amigo, Estados Unidos, y buena parte de occidente, lo saben perdonar como una leve debilidad. Si mañana China le devuelve el Tibet al Dalai Lama, eso sí, habrá bellos juegos olímpicos, mientras los adversarios languidecen en las cárceles. Ya lo hicieron en México en 1968, después de todo, donde ni Dalai Lama había.

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