10/07/2010

POR QUÉ NO ENVIDIO A OCTAVIO PAZ

Para quienes ya se apresuraron en afirmar que es la envidia y sólo la envidia la que mueve las críticas que se han expresado hacia el ultraconservador Mario Vargas Llosa, amigo de dictadores propios y opositor a los ajenos, con motivo de su bastante inservible Premio Nobel, rescato esto que escribí en 1991 y publiqué en el suplemento "El Búho" del periódico Excélsior de México, sobre las mismas imbéciles acusaciones que se expresaron ante las críticas que se hacían al cófrade político de Vargas Llosa, también Premio Nobel y también traidor a la izquierda, la justicia y la libertad, Octavio Paz.

POR QUÉ NO ENVIDIO A OCTAVIO PAZ
Mauricio-José Schwarz

Ante las críticas y el desinterés de muchos por el ya prolongado espectáculo de autopromoción montado a raíz del premio Nobel obtenido por Octavio Paz luego de años de luchar por todos los medios para conseguirlo, no pocos de sus amigos y algunos ingenuos bienintencionados han echado mano de la máxima simplificación: todo aquél que no se embarque en una jornada de superlativos por el alto logro del autor de Ladera este es un envidioso. La envidia, nada más, mueve al crítico, al comentarista, al impugnador, al disidente, al adversario, al que llaman enemigo.

Tal reducción infantil de las preocupaciones de numerosos escritores, políticos, pensadores y simples ciudadanos peca de acrítica e irracional. Supone que todos queríamos el desprestigiado Nobel y estamos verdes de tirria porque se lo dieron a él y no a nosotros. Que queremos su revista, la adulación de los suyos y el nombre en letras grandes. Ojalá el asunto fuera así de sencillo y no estuvieran también en la balanza toda una serie de concepciones políticas, éticas, estéticas y humanas.

Pero, sin entrar en largas disquisiciones, me interesa al menos dejar claro por qué no le tengo envidia a Octavio Paz, cuyo premio espero que disfrute con salud y larga vida. Y esta precisión es importante porque en un descuido cualquiera que crea que envidio al poeta podría tratar de hacerme un mal favor dándome algo de lo que él recibe a raudales.

Octavio Paz goza del servilismo de un grupo de incondicionales que han dejado a la puerta del templo paciano sus capacidades críticas y de pensamiento propio. A mí no me interesa tener cómplices, sino amigos, y de preferencia amigos más inteligentes que yo, que cuestionen, que duden y que nunca me tengan por autoridad definitiva. Quiero alumnos que antes de aprender a decirme maestro aprendan a decir "¿por qué?" No le envidio a Paz sus cortesanos.

El poeta metido a ensayista ha comprometido su esfuerzo de creación literaria con la palabra por la palabra misma, como ideal aristotélico sin liga alguna con la realidad. No me interesa esa palabra por cuanto tengo la íntima convicción de que lo que se dice es tan importante o más que el cómo se dice, y mis palabras buscan servir a quienes me rodean, en particular aquéllos que sufren de modo incurable las consecuencias de la sociedad que defienden el poeta y sus amigos. Sé que el poeta antes celebraba el compromiso de la palabra y lamento que ya no lo haga. No envidio la palabra hueca, el cisne de engañoso plumaje.

Octavio Paz ha obtenido un amplio reconocimiento en lo que algunos llaman "las más altas instancias de la intelectualidad internacional" mediante el expediente de escribir en un lenguaje reservado a unos pocos, con referentes propios de su élite y con temas que le son desconocidos a tan destacados intelectuales, descubriéndoles, por ejemplo, su México personal. Yo escribo con la íntima esperanza de que la mujer y el hombre comunes hallen puntos de comunión real con mi palabra. No envidio al público de que disfruta Paz.

El laureado con el Nobel ha alcanzado el punto más alto de su popularidad gracias a su estrecha relación con una empresa televisiva que se ha distinguido por su desprecio a los valores de la crítica, la razón y el pluralismo. En programas de la empresa ha desarrollado largos monólogos y se ha visto beneficiado por campañas publicitarias destinadas a vender su obra a un público que difícilmente lo entiende y que, lo hemos visto con frecuencia, lo lee poco aunque lo compre. Yo prefiero la voz de la calle, la que se arriesga a la respuesta feroz, la que dialoga. No envidio el soliloquio de Paz, ni sus relaciones ideológicas con tal empresa.

Buena parte del prestigio ensayístico del autor que nos ocupa procede de una obra ya treintenaria, El laberinto de la soledad, en la cual dedica 191 páginas a la denigración de lo mexicano y de los mexicanos, al uso atropellado e ignorante de algunos vagos conceptos sicoanalíticos, a la confusión de la frase afortunada con el hallazgo de una verdad, al deporte olímpico del salto a conclusiones sin red teórica que lo proteja, al ejercicio de la palabra como arma para la humillación de lo mío. Yo conozco mi patria, la he recorrido aunque no conozca París o la India, y el México que he visto y conocido no se parece al que ha inventado Octavio Paz. No envidio el país atroz en que cree vivir Paz ni a la gente repulsiva y espiritualmente tullida que supone que lo habita.

Octavio Paz es director de una revista dedicada única y exclusivamente al sustento de la ideología política y estética que él propugna y por la cual lucha activamente de un tiempo a esta parte. Una revista que no permite que en sus páginas se cuele ninguna semblanza de divergencia o desviación de una línea claramente establecida, si no expresamente, al menos de modo implícito. Desde que yo, a los 17 años de edad y a cargo de un periódico escolar, decidí publicar íntegra la opinión de un condiscípulo que me atacaba como editor del periódico, creo que no debo temer a la opinión ajena. No puedo envidiar un órgano de difusión monolítico ideológica y literariamente. Por razones arriba anotadas, no envidio la tersura unánime de la manada.

El autor de Libertad bajo palabra jefatura un grupo que guarda de modo exacto las características que él mismo en el pasado aseguraba deplorar en otros grupos. Sus reuniones son a puerta cerrada y con invitación previa. Soy amigo de las puertas abiertas y de buscar gente nueva, gente diversa, individualistas no aptos para capillas, multiplicidad incluso en los grupos. No envidio al grupúsculo de Octavio Paz.

El cofundador de "Taller" ha recibido buena parte de su aplauso por su defensa abierta y sin duda honrada de un modo de organización social que pone el acento en el valor de mercado, monetario, del hombre y lo que el hombre hace, concibiendo la riqueza como producto del capital cuyo entorno ideal es un mercado sin frenos ni contrapesos. Yo sigo creyendo, la evidencia cotidiana me lo demuestra, que la riqueza de las naciones y de los pueblos es resultado del trabajo humano, no del capital, y por ello considero noble luchar, consecuentemente, por la implantación de un sistema justo donde dicha riqueza sea disfrutada por quienes la generan, bajo un sistema donde la competencia no sea a muerte y donde el triunfo propio no reclame, en palabras de Bertrand Russell, la derrota ajena. No envidio el aplauso de los administradores neoliberales que tan pródigos han sido con Octavio Paz.

Las múltiples tareas que se ha impuesto como árbitro del crear y el pensar nacionales (e internacionales) de fin de siglo, le han impedido a Paz tomarse el tiempo (espero que no sea por falta de buenas intenciones) para compartir numerosas preocupaciones respecto de la censura y la libertad de expresión, las atrocidades policiacas, el respeto al voto, los aumentos de precios, el sometimiento espiritual producto de la falta de escuelas, la injusticia permanente contra los trabajadores emigrantes a EU y muchas otras cuestiones de grave importancia para quienes las padecen aunque parezcan tan lejanas de las alturas del poder económico y político del poeta. No le envidio su falta de tiempo para hacer suyas las preocupaciones de los mexicanos comunes.

Algo que quizá sea mi incuria mental o estética me ha impedido hallar en la poesía de Octavio Paz los valores que sus defensores le adjudican. No envidio su palabra, mientras que envidio sana pero poderosamente a otros poetas. Toda la obra poética de Paz la cambiaría por unas líneas de Efraín Huerta, de Borges, de muchos otros.

Octavio Paz ha sido galardonado con el mismo premio que le fue negado airadamente a Camus, a Tolstoi, a Joyce y principalmente a Borges. No puedo envidiar tal premio.

Por lo demás, Octavio Paz me inspira el mismo respeto que cualquier chofer de Ruta 100, cualquier mecánico, cualquier ingeniero electrónico, periodista o escritor, cualquier mexicano que me sea diverso siempre y cuando no sea corrupto, deshonesto, incongruente o abusivo con los desposeídos. Con frecuencia me molestan las posiciones y actitudes del poeta, y afortunadamente cuento con las tribunas para expresarlo y dejar sentado que todavía, mal que les pese a varios, no hay unanimidad en este país. Tengo profundas divergencias respecto de sus posiciones estéticas, filosóficas y políticas y celebro que él las pueda expresar y yo impugnar. Puedo enfurecerme ante encuentros de "intelectuales" manipulados groseramente. Puedo leer a otros autores. Puedo hacer, sentir, escribir y pensar muchas cosas. Puedo aspirar a que mi obra llegue a los lectores. Pero no puedo sentir una pizca de envidia, el regusto de los celos, el mínimo aguijón de la codicia o la malevolencia, por lo que tiene Octavio Paz. Con su pan se lo coma y siembre cuanto cosecha.